domingo, 29 de diciembre de 2013

FELIZ AÑO.








Nuevamente llega el fin de los trescientos sesenta y cinco días que han compuesto este año. Me gustan los finales de año; son necesarios para dejar atrás lo que quiere olvidarse: los malos momentos, los obstáculos, las derrotas, y “ponerse en forma” para lo mucho que queda por hacer.

Creo que, aunque sea sólo psicológicamente, tienen que cerrarse periodos para que puedan abrirse otros nuevos. El bloqueo nunca es bueno, y hay que ponerse nuevas metas, nuevos proyectos, crearse nuevas ilusiones que nos ayuden a crecer y a realizarnos. Paulo Coelho escribió unas palabras que me encantan. Os pongo el enlace y os las transcribo, por si preferís leerlo:






“Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto. Cerrando círculos, o cerrando puertas, o cerrando capítulos, como quieras llamarlo. Lo importante es poder cerrarlos, y dejar ir momentos de la vida que se van clausurando.
¿Terminó tu trabajo?, ¿Se acabó tu relación?, ¿Ya no vives más en esa casa?, ¿Debes irte de viaje?, ¿La relación se acabó? Puedes pasarte mucho tiempo de tu presente “revolcándote” en los por qué, en devolver el cassette y tratar de entender por qué sucedió tal o cual hecho. El desgaste va a ser infinito, porque en la vida, tú, yo, tu amigo, tus hijos, tus hermanos, todos y todas estamos encaminados hacia ir cerrando capítulos, ir dando vuelta a la hoja, a terminar con etapas, o con momentos de la vida y seguir adelante.
No podemos estar en el presente añorando el pasado. Ni siquiera preguntándonos por qué. Lo que sucedió, sucedió, y hay que soltarlo, hay que desprenderse. No podemos ser niños eternos, ni adolescentes tardíos, ni empleados de empresas inexistentes, ni tener vínculos con quien no quiere estar vinculado a nosotros. ¡Los hechos pasan y hay que dejarlos ir!
Por eso, a veces es tan importante destruir recuerdos, regalar presentes, cambiar de casa, romper papeles, tirar documentos, y vender o regalar libros.
Los cambios externos pueden simbolizar procesos interiores de superación.
Dejar ir, soltar, desprenderse. En la vida nadie juega con las cartas marcadas, y hay que aprender a perder y a ganar. Hay que dejar ir, hay que dar vuelta a la hoja, hay que vivir sólo lo que tenemos en el presente…
El pasado ya pasó. No esperes que te lo devuelvan, no esperes que te reconozcan, no esperes que alguna vez se den cuenta de quién eres tú… Suelta el resentimiento. El prender “tu televisor personal” para darle y darle al asunto, lo único que consigues es dañarte lentamente, envenenarte y amargarte.
La vida está para adelante, nunca para atrás. Si andas por la vida dejando “puertas abiertas” por si acaso, nunca podrás desprenderte ni vivir lo de hoy con satisfacción. ¿Noviazgos o amistades que no clausuran?, ¿Posibilidades de regresar? (¿a qué?), ¿Necesidad de aclaraciones?,¿Palabras que no se dijeron?, ¿Silencios que lo invadieron? Si puedes enfrentarlos ya y ahora, hazlo, si no, déjalos ir, cierra capítulos. Dite a ti mismo que no, que no vuelven. Pero no por orgullo ni soberbia, sino, porque tú ya no encajas allí en ese lugar, en ese corazón, en esa habitación, en esa casa, en esa oficina, en ese oficio.

Tú ya no eres el mismo que fuiste hace dos días, hace tres meses, hace un año. Por lo tanto, no hay nada a qué volver. Cierra la puerta, da vuelta a la hoja, cierra el círculo. Ni tú serás el mismo, ni el entorno al que regresas será igual, porque en la vida nada se queda quieto, nada es estático. Es salud mental, amor por ti mismo, desprender lo que ya no está en tu vida. 
Recuerda que nada ni nadie es indispensable. Ni una persona, ni un lugar, ni un trabajo. Nada es vital para vivir porque cuando tú viniste a este mundo, llegaste sin ese adhesivo. Por lo tanto, es costumbre vivir pegado a él, y es un trabajo personal aprender a vivir sin él, sin el adhesivo humano o físico que hoy te duele dejar ir. 
Es un proceso de aprender a desprenderse y, humanamente se puede lograr, porque te repito: nada ni nadie nos es indispensable. Sólo es costumbre, apego, necesidad. Por eso cierra, clausura, limpia, tira, oxigena, despréndete, sacúdete, suéltate.
Hay muchas palabras para significar salud mental y cualquiera que sea la que escojas, te ayudará definitivamente a seguir para adelante con tranquilidad. ¡Esa es la vida!”



Supongo que todos habremos tenido momentos muy buenos, otros, no tanto, en este 2013. Os deseo lo mejor en este año que entra, y aunque los malos momentos, muchas veces, (otras, no tanto) son inevitables, espero que abunden las vivencias buenas: en eso consiste la vida.



Me despido, por este año, con este vídeo;



Feliz 2014










                                




















domingo, 22 de diciembre de 2013

RUBÉN DARÍO (I): CUENTO DE NOCHEBUENA










El hermano Longinos de Santa María era la perla del convento. Perla es decir poco, para el caso; era un estuche, una riqueza, un algo incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito en sus copias, distinguiéndose en ornar de mayúsculas los manuscritos, como en la cocina hacía exhalar suaves olores a la fritanga permitida después del tiempo de ayuno; así servía de sacristán, como cultivaba las legumbres del huerto; y en maitines o vísperas, su hermosa voz de sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla. Mas su mayor mérito consistía en su maravilloso don musical; en sus manos, en sus ilustres manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad conocía como él aquel sonoro instrumento del cual hacía brotar las notas como bandadas de aves melodiosas; ninguno como él acompañaba, como poseído por un celestial espíritu, las prosas y los himnos, y las voces sagradas del canto llano. Su eminencia el cardenal -que había visitado el convento en un día inolvidable- había bendecido al hermano, primero, abrazándole enseguida, y por último díchole una elogiosa frase latina, después de oírle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos resaltaba, estaba iluminado por la más amable sencillez y por la más inocente alegría. Cuando estaba en alguna labor, tenía siempre un himno en los labios, como sus hermanos los pajaritos de Dios. Y cuando volvía, con su alforja llena de limosnas, taloneando a la borrica, sudoroso bajo el sol, en su cara se veía un tan dulce resplandor de jovialidad, que los campesinos salían a las puertas de sus casas, saludándole, llamándole hacia ellos: "!Eh! Venid acá, hermano Longinos, y tomareis un buen vaso..." Su cara la podéis ver en una tabla que se conserva en la abadía; bajo una frente noble dos ojos humildes y oscuros, la nariz un tantico levantada, en una ingenua expresión de picardía infantil, y en la boca entreabierta, la más bondadosa de las sonrisas.

Avino, pues, que un día de Navidad, Longinos fuese a la próxima aldea...; pero ¿no os he dicho nada del convento? El cual estaba situado cerca de una aldea de labradores, no muy distante de una vasta floresta, en donde, antes de la fundación del monasterio, había cenáculos de hechiceros, reuniones de hadas, y de silfos, y otras tantas cosas que favorece el poder del Bajísimo, de quien Dios nos guarde. Los vientos del cielo llevaban desde el santo edificio monacal, en la quietud de las noches o en los serenos crepúsculos, ecos misteriosos, grandes temblores sonores..., era el órgano de Longinos que acompañando la voz de sus hermanos en Cristo, lanzaba sus clamores benditos. Fue, pues, en un día de Navidad, y en la aldea, cuando el buen hermano se dio una palmada en la frente y exclamó, lleno de susto, impulsando a su caballería paciente y filosófica:

-!Desgraciado de mi! !Si mereceré triplicar los cilicios y ponerme por toda la vida a pan y agua! !Cómo estarán aguardándome en el monasterio!

Era ya entrada la noche, y el religioso, después de santiguarse, se encaminó por la vía de su convento. Las sombras invadieron la tierra. No se veía ya el villorrio; y la montaña, negra en medio de la noche, se veía semejante a una titánica fortaleza en que habitasen gigantes y demonios.



                                         


Y fue el caso que Longinos, anda que te anda, pater y ave tras pater y ave, advirtió con sorpresa que la senda que seguía la pollina, no era la misma de siempre. Con lágrimas en los ojos alzó éstos al cielo, pidiéndole misericordia al Todopoderoso, cuando percibió en la oscuridad del firmamento una hermosa estrella, una hermosa estrella de color de oro, que caminaba junto con él, enviando a la tierra un delicado chorro de luz que servía de guía y de antorcha. Diole gracias al Señor por aquella maravilla, y a poco trecho, como en otro tiempo la del profeta Balaam, su cabalgadura se resistió a seguir adelante, y le dijo con clara voz de hombre mortal: -Considérate feliz, hermano Longinos, pues por tus virtudes has sido señalado para un premio portentoso. No bien había acabado de oír esto, cuando sintió un ruido, y una oleada de exquisitas aromas. Y vio venir por el mismo camino que él seguía, y guiados por la estrella que él acababa de admirar, a tres señores espléndidamente ataviados. Todos tres tenían porte e insignias reales. El delantero era rubio como el ángel Azrael; su cabellera larga se esparcía sobre sus hombros, bajo una mitra de oro constelada de piedras preciosas; su barba entretejida con perlas e hilos de oro resplandecía sobre su pecho; iba cubierto con un manto en donde estaban bordados, de riquísima manera, aves peregrinas y signos del zodíaco. Era el rey Gaspar, caballero en un bello caballo blanco. El otro, de cabellera negra, ojos también negros y profundamente brillantes, rostro semejante a los que se ven en los bajos relieves asirios, ceñía su frente con una magnífica diadema, vestía vestidos de incalculable precio, era un tanto viejo, y hubiérase dicho de él, con sólo mirarle, ser el monarca de un país misterioso y opulento, del centro de la tierra de Asia. Era el rey Baltasar y llevaba un collar de gemas cabalístico que terminaba en un sol de fuegos de diamantes. Iba sobre un camello caparazonado y adornado al modo de Oriente. El tercero era de rostro negro y miraba con singular aire de majestad; formábanle un resplandor los rubíes y esmeraldas de su turbante. Como el más soberbio príncipe de un cuento, iba en una labrada silla de marfil y oro sobre un elefante. Era el rey Melchor. Pasaron sus majestades y tras el elefante del rey Melchor, con un no usado trotecito, la borrica del hermano Longinos, quien, lleno de mística complacencia, desgranaba las cuentas de su largo rosario.




                                     
Y sucedió que -tal como en los días del cruel Herodes- los tres coronados magos, guiados por la estrella divina, llegaron a un pesebre, en donde, como lo pintan los pintores, estaba la reina María, el santo señor José y el Dios recién nacido. Y cerca, la mula y el buey, que entibian con el calor sano de su aliento el aire frío de la noche. Baltasar, postrado, descorrió junto al niño un saco de perlas y de piedras preciosas y de polvo de oro; Gaspar en jarras doradas ofreció los más raros ungüentos; Melchor hizo su ofrenda de incienso, de marfiles y de diamantes...

Entonces, desde el fondo de su corazón, Longinos, el buen hermano Longinos, dijo al niño que sonreía:

-Señor, yo soy un pobre siervo tuyo que en su convento te sirve como puede. ¿Qué te voy a ofrecer yo, triste de mi? ¿Qué riquezas tengo, qué perfumes, qué perlas y qué diamantes? Toma, señor, mis lágrimas y mis oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte.

Y he aquí que los reyes de Oriente vieron brotar de los labios de Longinos las rosas de sus oraciones, cuyo olor superaba a todos los ungüentos y resinas; y caer de sus ojos copiosísimas lágrimas que se convertían en los más radiosos diamantes por obra de la superior magia del amor y de la fe; todo esto en tanto que se oía el eco de un coro de pastores en la tierra y la melodía de un coro de ángeles sobre el techo del pesebre.

Entre tanto, en el convento había la mayor desolación. Era llegada la hora del oficio. La nave de la capilla estaba iluminada por las llamas de los cirios. El abad estaba en su sitial, afligido, con su capa de ceremonia. Los frailes, la comunidad entera, se miraban con sorprendida tristeza. ¿Qué desgracia habrá acontecido al buen hermano? ¿Por qué no ha vuelto de la aldea? Y es ya la hora del oficio, y todos están en su puesto, menos quien es gloria de su monasterio, el sencillo y sublime organista... ¿Quién se atreve a ocupar su lugar? Nadie. Ninguno sabe los secretos del teclado, ninguno tiene el don armonioso de Longinos. Y como ordena el prior que se proceda a la ceremonia, sin música, todos empiezan el canto dirigiéndose a Dios llenos de una vaga tristeza... De repente, en los momentos del himno, en que el órgano debía resonar... resonó, resonó como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus trompetas excelsas voces; sus tubos todos estaban como animados por una vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron, cantaron, llenos del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron que el viento llevaba desconocidas armonías del órgano conventual, de aquel órgano que parecía tocado por manos angélicas como las delicadas y puras de la gloriosa Cecilia...

El hermano Longinos de Santa María entregó su alma a Dios poco tiempo después; murió en olor de santidad. Su cuerpo se conserva aún incorrupto, enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial, labrada en mármol.



                      Feliz Navidad





sábado, 14 de diciembre de 2013

OSCAR WILDE (I)

Oscar Wilde
(Irlanda, 1854 - Francia, 1900)




“Ya no odiaba el invierno pues sabía que el Invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando”







El gigante egoísta




Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura, que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.


 — ¡Qué felices somos aquí! —se decían unos a otros.
Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.

    ¿Qué hacen aquí? —surgió con su voz retumbante
 Los niños escaparon corriendo en desbandada.
  —Este jardín es mío. Es mi jardín propio —dijo el Gigante—; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
 Y de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:


      “ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA  BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES“


Era un Gigante egoísta...
Los pobres niños se quedaron sin tener donde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
— ¡Qué dichosos éramos allí! —se decían unos a otros.





Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños, que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.

 Los únicos que ahí se sentían a gusto, eran la Nieve y la Escarcha.
  —La Primavera se olvidó de este jardín —se dijeron—, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.





La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.

 — ¡Qué lugar más agradable! —dijo—. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.
Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
 —No entiendo por qué la Primavera se demora tanto en llegar aquí— decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco, espero que pronto cambie el tiempo.


Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
 —Es un gigante demasiado egoísta—decían los frutales.
 De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.


Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.




 — ¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera —dijo el Gigante y saltó de la cama para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio? Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón el invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente.
El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.

 — ¡Sube a mí, niñito! —decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño. El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
    ¡Cuán egoísta he sido! —exclamó—. Ahora sé por qué la primavera no quería
venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.





Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho. Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en invierno otra vez. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó.

Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera regresó al jardín.
—Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos —dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante
jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
  Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.   

 —Pero, ¿dónde está el más pequeñito? —Preguntó el Gigante—, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
—No lo sabemos —respondieron los niños—, se marchó solito.
 —Díganle que vuelva mañana —dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían donde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.

 Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
 — ¡Cómo me gustaría volverle a ver! —repetía.
 Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
  —Tengo muchas flores hermosas —se decía—, pero los niños son las flores más hermosas de todas.

Una mañana de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín, había  un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos. Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira, y dijo:
 — ¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?
Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
 —¿Pero, quién se atrevió a herirte? —gritó el Gigante—. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
 —¡No! —respondió el niño—. Estas son las heridas del Amor.
 —¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? —preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
 —Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.
Y cuando los niños llegaron  esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.


Fin




sábado, 7 de diciembre de 2013

CHÉJOV, ANTÓN (I)



EL ESTUDIANTE




En principio, el tiempo era bueno y tranquilo. Los mirlos gorjeaban y de los pantanos vecinos llegaba el zumbido lastimoso de algo vivo, igual que si soplaran en una botella vacía. Una becada  inició el vuelo, y un disparo retumbó en el aire primaveral con alegría y estrépito. Pero cuando oscureció en el bosque, empezó a soplar el intempestivo y frío viento del este y todo quedó en silencio. Los charcos se cubrieron de agujas de hielo y el bosque adquirió un aspecto desapacible, sórdido y solitario. Olía a invierno.






Iván Velikopolski, estudiante de la academia eclesiástica, hijo de un sacristán, volvía de cazar y se dirigía a su casa por un sendero junto a un prado anegado. Tenía los dedos entumecidos y el viento le quemaba la cara. Le parecía que ese frío repentino quebraba el orden y la armonía, que la propia naturaleza sentía miedo y que, por ello, había oscurecido antes de tiempo. A su alrededor todo estaba desierto y parecía especialmente sombrío. Sólo en la huerta de las viudas, junto al río, brillaba una luz; en unas cuatro verstas a la redonda, hasta donde estaba la aldea, todo estaba sumido en la fría oscuridad de la noche. El estudiante recordó que cuando salió de casa, su madre, descalza, sentada en el suelo del zaguán, limpiaba el samovar, y su padre estaba echado junto a la estufa y tosía; al ser Viernes Santo, en su casa no habían hecho comida y sentía un hambre atroz. Ahora, encogido de frío, el estudiante pensaba que ese mismo viento soplaba en tiempos de Riurik, de Iván el Terrible y de Pedro el Grande y que también en aquellos tiempos había existido esa brutal pobreza, esa hambruna, esas agujereadas techumbres de paja, la ignorancia, la tristeza, ese mismo entorno desierto, la oscuridad y el sentimiento de opresión. Todos esos horrores habían existido, existían y existirían y, aun cuando pasaran mil años más, la vida no sería mejor. No tenía ganas de volver a casa.


La huerta de las viudas se llamaba así porque la cuidaban dos viudas, madre e hija. Una hoguera ardía vivamente, entre chasquidos y chisporroteos, iluminando a su alrededor la tierra labrada. La viuda Vasilisa, una vieja alta y robusta, vestida con una zamarra de hombre, estaba junto al fuego y miraba con aire pensativo las llamas; su hija Lukeria, baja, de rostro abobado, picado de viruelas, estaba sentada en el suelo y fregaba el caldero y las cucharas. Seguramente acababan de cenar. Se oían voces de hombre; eran los trabajadores del lugar que llevaban los caballos a abrevar al río.





-Ha vuelto el invierno -dijo el estudiante, acercándose a la hoguera-. ¡Buenas noches!
Vasilisa se estremeció, pero enseguida lo reconoció y sonrió afablemente.
-No te había reconocido, Dios mío. Eso es que vas a ser rico.
Se pusieron a conversar. Vasilisa era una mujer que había vivido mucho. Había servido en un tiempo como nodriza y después como niñera en casa de unos señores, se expresaba con delicadeza y su rostro mostraba siempre una leve y sensata sonrisa. Lukeria, su hija, era una aldeana, sumisa ante su marido, se limitaba a mirar al estudiante y a permanecer callada, con una expresión extraña en el rostro, como la de un sordomudo.
-En una noche igual de fría que ésta, se calentaba en la hoguera el apóstol Pedro -dijo el estudiante, extendiendo las manos hacia el fuego-. Eso quiere decir que también entonces hacía frío. ¡Ah, qué noche tan terrible fue esa! ¡Una noche larga y triste a más no poder!
Miró a la oscuridad que le rodeaba, sacudió convulsivamente la cabeza y preguntó:
-¿Fuiste a la lectura del Evangelio?
-Sí, fui.
-Entonces te acordarás de que durante la Última Cena, Pedro dijo a Jesús: «Estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte». Y el Señor le contestó: «Pedro, en verdad te digo que antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». Después de la cena, Jesús se puso muy triste en el huerto y rezó, mientras el pobre Pedro, completamente agotado, con los párpados pesados, no pudo vencer al sueño y se durmió. Luego oirías que Judas besó a Jesús y lo entregó a sus verdugos aquella misma noche. Lo llevaron atado ante el sumo pontífice y lo azotaron, mientras Pedro, exhausto, atormentado por la angustia y la tristeza, ¿lo entiendes?, desvelado, presintiendo que algo terrible iba a suceder en la tierra, los siguió... Quería con locura a Jesús y ahora veía, desde lejos, cómo lo azotaban...
Lukeria dejó las cucharas y fijó su inmóvil mirada en el estudiante.




-Llegaron adonde estaba el sumo pontífice -prosiguió- y comenzaron a interrogar a Jesús, mientras los criados encendieron una hoguera en medio del patio, pues hacía frío, y se calentaban. Con ellos, cerca de la hoguera, estaba Pedro y también se calentaba, como yo ahora. Una mujer, al verlo, dijo: «Éste también estaba con Jesús», lo que quería decir que también a él había que llevarlo al interrogatorio. Todos los criados que se hallaban junto al fuego le miraron, seguro, severamente, con recelo, puesto que él, agitado, dijo: «No lo conozco». Poco después, alguien lo reconoció de nuevo como uno de los discípulos de Jesús y dijo: «Tú también eres de los suyos». Y él lo volvió a negar. Y por tercera vez, alguien se dirigió a él: «¿Acaso no te he visto hoy con él en el huerto?». Y él lo negó por tercera vez. Justo después de eso, cantó el gallo y Pedro, mirando desde lejos a Jesús, recordó las palabras que él le había dicho durante la cena... Las recordó, volvió en sí, salió del patio y rompió a llorar amargamente. El Evangelio dice: «Tras salir de allí, lloró amargamente». Así me lo imagino: un jardín tranquilo, muy tranquilo, y oscuro, muy oscuro, y en medio del silencio apenas se oye un callado sollozo...





El estudiante suspiró y se quedó pensativo. Vasilisa, que seguía sonriente, sollozó de pronto, gruesas y abundantes lágrimas se deslizaron por sus mejillas mientras ella interponía una manga entre su rostro y el fuego, como si se avergonzara de sus propias lágrimas. Lukeria, por su parte, miraba fijamente al estudiante, ruborizada, con la expresión grave y tensa, como la de quien siente un fuerte dolor.

Los trabajadores volvían del río, y uno de ellos, montado a caballo, ya estaba cerca y la luz de la hoguera oscilaba ante él. El estudiante dio las buenas noches a las viudas y reemprendió la marcha.
De nuevo lo envolvió la oscuridad y se entumecieron sus manos.
Hacía mucho viento; parecía, en efecto, que el invierno había vuelto y no que al cabo de dos días llegaría la Pascua. Ahora el estudiante pensaba en Vasilisa: si se echó a llorar es porque lo que le sucedió a Pedro aquella terrible noche guarda alguna relación con ella…

Miró atrás. El fuego solitario crepitaba en la oscuridad, y a su lado ya no se veía a nadie. El estudiante volvió a pensar que si Vasilisa se echó a llorar y su hija se conmovió, era evidente que aquello que él había contado, lo que sucedió diecinueve siglos antes, tenía relación con el presente, con las dos mujeres y, probablemente, con aquella aldea desierta, con él mismo y con todo el mundo. Si la vieja se echó a llorar no fue porque él lo supiera contar de manera conmovedora, sino porque Pedro le resultaba cercano a ella y porque ella se interesaba con todo su ser en lo que había ocurrido en el alma de Pedro.

Una súbita alegría agitó su alma, e incluso tuvo que pararse para recobrar el aliento. "El pasado -pensó- y el presente están unidos por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que surgen unos de otros". Y le pareció que acababa de ver los dos extremos de esa cadena: al tocar uno de ellos, vibraba el otro.

Luego, cruzó el río en una balsa y después, al subir la colina, contempló su aldea natal y el poniente, donde en la raya del ocaso brillaba una luz púrpura y fría. Entonces pensó que la verdad y la belleza que habían orientado la vida humana en el huerto y en el palacio del sumo pontífice, habían continuado sin interrupción hasta el tiempo presente y siempre constituirían lo más importante de la vida humana y de toda la tierra. Un sentimiento de juventud, de salud, de fuerza (sólo tenía veintidós años), y una inefable y dulce esperanza de felicidad, de una misteriosa y desconocida felicidad, se apoderaron poco a poco de él, y la vida le pareció admirable, encantadora, llena de un elevado sentido.





lunes, 2 de diciembre de 2013

ENRIQUE GRACIA (3)











PARA LLEGAR A LA ESPERANZA



Para llegar a la esperanza
hay que vivir este dolor sin tregua,
abiertamente, poniendo el corazón en cada golpe,
recorrer el perfume extravagante
de estos días
con el rostro de par en par descalzo,
entreabierta la túnica del miedo que nos ciega.

Para llegar a la esperanza, vivos y suficientes,
hay que colmar de risa los bolsillos,
cuero de sinrazón en los costados,
sondear el abismo de la duda
y salir a las calles
con una muestra mineral
del hombre entre las manos. Hay que hacer esta ofrenda
en el altar extraño de los sueños,
con el barro que nace de los primeros gritos
y las últimas lágrimas.
  
♥ ♥ ♥
                                                                                                     
       
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Vamos  a ver algunos  poemas que he escogido de Contrafábula, que contempla toda la poesía de 1972 a 2004, de Enrique Gracia. Ni qué decir tiene que hay muchísimos poemas fantásticos en el libro, y que me ha costado elegir. Pero tenemos muchos lunes para seguir hablando de ellos…
Especial cariño al libro, por tratarse de un regalo suyo.
GRACIAS, de nuevo,  Enrique.



CANCIÓN DE AMOR

La duda tiene nombre de mujer
con ojos tristes,
es hija de la luz y los espejos,
besa como jamás besó su hermana la certeza,
y a veces, por la tarde, se viste con un traje de alquitrán
y acapara la noche.

Es una puta descarada que nos sonríe por oficio,
una perfecta zalamera
de la que nos enamoramos
cuando por primera vez nos parece que ya somos poetas.
Luego siempre se encarga
de romper en pedazos el cristal del orgullo,
de hacer que se nos crispe la risa por venir.

Está loca,
se ha metido en mi cama con un ciego susurro
de besos de jenjibre
y ha violado mis sueños más hermosos .Despertaré mañana, estoy seguro, con resaca de noche malograda,
la voz entumecida
y una larga distancia respirando en mi boca.

Es para odiarla…
pero la quiero tanto.

♥ ♥ ♥


                                                                                                         www.fotolog.com



Y VIVIMOS AÚN

Y vivimos aún porque detrás del odio
hay puertas sin cerrojos y mirillas abiertas a los campos,
porque detrás del enigma hay un pan bueno,
un agua que no olvida su destino de mar
aunque recuerde
el orgullo de altura de la nube.
Aún estamos aquí porque de vez en cuando
vienen a confortarnos la duda y la mentira,
a retirar este sabor oscuro y malicioso
- algo que no entendemos -
de la boca.



Entonces respiramos con más fuerza,
y pueden las camisas recordar
que fueron ramas del árbol
que sirvió para que el fuego primitivo sustraído a los dioses.
Confirman el botón y la sonrisa
una mandálica forma de ruedas o planetas,
para encerrar secretos de cansancio,
adornos inservibles.

Y a veces nos queremos.


♥ ♥ ♥


RESISTIR

Nada hay tan fuerte
como una lágrima que, azul,
levanta el vuelo
al despegar el dorso de la mano
que la arrancó del rostro.
El aire se estremece, las orillas del mundo
se alejan
en el momento inmóvil de ese vuelo.
Y una tremenda multitud de pájaros
surca la altiva frente
que rechazó la calma y se enfrentó a la vida.


















Y





lunes, 25 de noviembre de 2013

ENRIQUE VALLE (I)






Tengo la más grave enfermedad
que pueda declararse.
Tengo la maldad que hace feliz
y la piedad que impide serlo.




 




Hace un mes fui a un recital de Enrique Valle en el café Comercial. 
Enrique Gracia ha colgado el vídeo, así que me salto la biografía, y os pongo directamente el enlace.
Dura media hora; os transcribo los cuatro poemas que más me han gustado de “Hazversidades poéticas”, por si preferís leerlo o no tenéis tiempo de verlo.


Besos, y hasta la semana que viene.









VIRUS VIRGEN


Habría que divulgar la epidemia, pero no sé cómo.

Poeta es todo aquél que delira adrede. La poesía es el
aspecto inquietante de las cosas, sobretodo de la
conciencia.

No es poesía la música No es poesía la racionalización del
sentimiento. No es poesía el beso de cumpleaños No es
poesía un mar que puede describirse. No es poesía la de
siete a ocho. No es poesía mentir de mentira. No es poesía
lo sublime sin dolor. No es poesía la luna si no es porque
sí. No es poesía una primavera de cien años.

OBSESIÓN;  ese es el único camino.

Hay poesía en las tripas de un niño arrollado por la
carreta, cuándo un ángel las coloca en su sitio antes de que
llegue la madre a llorarle.


                
                                 
                   

                        

CÓMO VA LA VIDA

Me han salido canas
Rodeado de litros de toda especie,
Con el estupor provocado para no matarme
y la inconformidad a brazo partido.
Me la he pasado sin adornos
porque una cantata de más
siempre le quita el pan a alguien
y siempre, siempre, miente más que canta.
Me puse a lo enfangado
conspirando con su belleza oculta,
mientras los nervios se me vestían de luto
con intención de morder a fondo.
He amado mucho,
he odiado mucho,
he perdonado bastante.
Y hasta ahora sólo me gusto yo
y nada más que un rato.








TODO UN SER HUMANO


Después de darle a la eternidad
un buen trago
y estar más ronco por dentro
que un perro al despedirse para siempre
a esta hora en que el mundo baila para olvidar
y se barruntan amores de ocasión
en todas las aceras
en todos los parques donde aguante el buen tiempo
en todas las citas de algún día
yo
me como mi pasillo
buscando no sé qué dirección
en el ruido de las piernas al rozarse
voy avanzando como bola de pelusa
derecho a cualquier espejo
aguantando como sea
un vómito impaciente
sabedor de todos los cuadros y distorsiones
que hay en cada camino en mi camino
y cuando al fin llego al vertedero
no sé si mirarme antes
o ser natural y asumir las borracheras
o decirme que no piense tanto
que ya está bien de hacerme el crudo
Pero es inútil
Enseguida me viene al pelo
la bronca de acordarme dónde me plantaron
la clase de purgatorio que son
los hombres y los hombres y los hombres
y todos los demás hombres
cuando aman y matan y ríen y se pierden y se
apiadan y se odian y son tan importantes
 y son tan tontos y son tan dulces y dan
tanto miedo y dan tanta pena y mueren
 tan mal y dan la vida tan bien
y se parecen tanto a ése que se llama como yo
que tiene mi misma cara
ahora después de salir por la boca
todo el resto necesario
mientras me voy a la ventana
y resulta ser el espejo que tanto busqué
sólo que está lleno de porquería.



                                                 


(…)

Hay más oeste en la tarde
que en toda una semana de nubes.
Hay tantas serpientes a estas horas
como en ningún desierto se dio el caso.
Hay doscientos cortadores de cabelleras
merodeando por algún sentimiento.
Hay demasiada falsa firma
para poder olvidarse de la verdad.
Hay una banda de desganados
que intentan quitarnos las ganas.
Hay una carretera
haciéndonos cadáveres a todo correr.
Hay chicos y chicas en los nidos
que hoy sabrán lo que es ser águila.
Hay un montón de “teamos”
a punto de coger el Winchester.
Hay un espíritu coyote
entrando de una vez en los guerreros.
Hay que joderse
si no aprovechamos este día.



                                                  





lunes, 11 de noviembre de 2013

100 pensamientos por un mundo mejor.







“Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente la que hace al hombre libre o esclavo”

Franz Grillparzer






Un año en reyes mi prima Trini me regaló un libro que me encantó. Hoy voy a hablar de él. Se llama 100 pensamientos por un mundo mejor
Son  pensamientos de distintos autores, y lo que se propone en él es que se reflexione acerca de cada una de las citas que se transcriben al comienzo. No puedo poner todas las que me gustan, y mucho menos de una sola vez, así que vamos con las que he elegido para hoy. En primer lugar pondré uno de los textos que aparecen como introducción:



“Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? El ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración. Si tuviera que elegir un personaje de nuestro tiempo que nos haya dejado el legado de la libertad y la justicia, elegiría a Victor Frankl, el prisionero 119.104 de Auschwitz que descubrió que el hombre puede ser justo y libre hasta en una campo de concentración- Dostoyevski dijo en una ocasión: Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos. Y Victor Frankl dijo de sus compañeros que fueron dignos de sus sufrimientos y la forma en los que los soportaron fue un logro interior genuino. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito.(Los libros de Victor Frankl son increíbles e imprescindibles. Creo que todo el mundo debería leerlos. Otro día hablaré de él)


♣ Para pensar

La libertad exterior es frágil, y no está en nuestras manos. Pero la libertad interior nadie nos la puede quitar si a ella nos abrazamos hasta el punto de estar dispuestos a dar por ella la vida.

♣ Para actuar

Si no queremos que nos falte la libertad, no solo hay que cuidarse de quienes quieren oprimirnos, sino también de la propia desidia que nos convierte en esclavos.

♣ Para soñar

Con un puñado de hombres libres se construye una ciudad de libertad. A una sociedad alienada nada le sirve una ley de libertad.








“En estas tres cosas se conocerá que tu boca está llena en abundancia de sabiduría: si confiesas de palabra tu propia iniquidad, si de tu boca sale la acción de gracias y la alabanza, y si de ella salen también palabras de edificación”
San Bernardo


“El sabio nunca dice todo lo que sabe o piensa, pero siempre piensa lo que dice”
Aristóteles

“Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa, sino lo que ama”

San Agustín


“Se humilde es ser lo que uno es. La humildad es la verdad”
Santa Teresa de Jesús.


“Aun las buenas acciones carcen de valor cuando no están sazonadas por la virtud de la humildad”

San Gregorio I Magno



“El amor es la poesía del hombre que no hace versos, la idea del hombre que no piensa, y la novela del hombre que no escribe”
Edmund y Jules Hout de Goncourt



“ La fuerza del amor no mide las posibilidades. Ignora las fronteras. El amor no discierne, no reflexiona, no conoce razones. El amor no se resigna ante la imposibilidad, no se intimida ante ninguna dificultad”

San Pedro Crisólogo




“La amistad hace lo sucesos prósperos más dulces y templa los adversos por la compañía y los hace más leves. Porque mientras en la tribulación recibimos el consuelo no se quebranta ni se desespera el espíritu”
San Isidoro de Sevilla









“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”


Miguel de Cervantes






lunes, 4 de noviembre de 2013

GABRIELA MISTRAL (I)







Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos... vibró un beso,
y qué viste después...? Sangre en mis labios.

Yo te enseñé a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.



Hoy estamos viendo a  Gabriela Mistral. Su vida es muy interesante, además de polémica, así que el próximo día hablaré  de su biografía. Hoy nos detenemos en  algunos de sus poemas;













Vergüenza


Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje al río.

Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.

Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.

Yo callaré para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
en la tremolación que hay en mi mano...

Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que ya mañana al descender al río
lo que besaste llevará hermosura!


♣ ♣ ♣




 Íntima

Tú no oprimas mis manos.
Llegará el duradero
tiempo de reposar con mucho polvo
y sombra en los entretejidos dedos.

Y dirías: -"No puedo
amarla, porque ya se desgranaron
como mieses sus dedos."

Tú no beses mi boca.
Vendrá el instante lleno
de luz menguada, en que estaré sin labios
sobre un mojado suelo.

Y dirías: -"La amé, pero no puedo
amarla más, ahora que no aspira
el olor de retamas de mi beso.

Y me angustiara oyéndote,
y hablaras loco y ciego,
que mi mano será sobre tu frente
cuando rompan mis dedos,
y bajará sobre tu cara llena
de ansia mi aliento.

No me toques, por tanto. Mentiría
al decir que te entrego
mi amor en estos brazos extendidos,
en mi boca, en mi cuello,
y tú, al creer que lo bebiste todo,
te engañarías como un niño ciego.

Porque mi amor no es solo esta gavilla
reacia y fatigada de mi cuerpo,
que tiembla entera al roce del cilicio
y que se me rezaga en todo vuelo.

Es lo que está en el beso,  y no es el labio;
lo que rompe la voz, y no es el pecho:
¡es un viento de Dios, que pasa hendiéndome
el gajo de las carnes, volandero!

♣ ♣ ♣





Siento mi corazón en la dulzura
fundirse como ceras:
son un óleo tardo
y no un vino mis venas,
y siento que mi vida se va huyendo
callada y dulce como la gacela.





domingo, 27 de octubre de 2013

LORD BYRON (I)






En un álbum

Sobre la fría losa de una tumba
un nombre retiene la mirada de los que pasan,
de igual modo, cuando mires esta página,
pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.

Y cada vez cada vez que acudas a leer este nombre,
piensa en mí como se piensa en los muertos;
e imagina que mi corazón está aquí,
inhumado e intacto.

(Versión de Arturo Rizzi)



“Cuando un miembro se debilita, siempre hay otro que lo compensa”


LORD BYRON


Estas palabras siempre harán honor a nuestro escritor de hoy. Su nombre completo es George Gordon Byron, y es  el  sexto Barón de Byron. Se trata de uno de los poetas ingleses  más importantes del periodo Romántico. Nació en Londres en 1788, y murió en Messolonghi (Grecia) en 1824.Hoy vamos a ver un poco de sus orígenes, y en la siguiente entrada veremos su madurez.


Hijo de un capitán (John Mad Jack Byron) y de su segunda esposa ( Catherine Gordon),con los que mantiene una tempestuosa relación, y nieto de John Byron, vicealmirante que dedicó su vida a navegar por el mundo.
Cuando John cuenta con tan sólo tres años de edad, queda huérfano de padre. Éste había huido de su propia  residencia, refugiándose en una propiedad que tenía de su hermana en Francia, huyendo tanto del fuerte temperamento de su esposa, como de los problemas económicos que tanto le agobiaban, queriéndose apartar de sus acreedores. La vida de su progenitor había sido tremendamente desequilibrada; la manutención de sus varias amantes y el derroche de su dinero dejaron a su mujer y su hijo completamente desprotegidos, "regalándoles" nada más que deudas. Aún así, su madre llora desconsoladamente la  pérdida de su marido.


Nos estamos deteniendo en su vida familiar porque ésta marcará profundamente la personalidad del autor al que hoy nos dedicamos. Lord Byron, a pesar del “destrozo material” que  le deja su padre en vida, heredará de él grandes aptitudes que más tarde le serán beneficiosas para escribir su obra. Así, serán el culto a la galantería, su gran amor a la belleza, y una inclinación bastante acentuada hacia una licenciosa vida lo que heredará de éste. La dulzura, el cariño, y el gran temperamento de su madre también estarán profundamente marcados en su modo de ser. Él mismo define la relación con su progenitora como una aventura de golpes y besos. En esta relación amor-odio, ella será la única capaz de entenderlo, como afirmará él mismo. 


Además de sufrir mucho por el frío en sus huesos, su vida quedará marcada por una deformidad en el pie derecho (tenía los dedos hacia adentro). Él siempre pensó que ello era debido a la negativa de su madre a la asistencia médica en el parto, pero ello jamás le detuvo en su ansia para seguir adelante. Tenemos aquí otro claro ejemplo de superación, y de la necesidad de creer en uno mismo y en la capacidad de que se pueden vencer todos los obstáculos por mucho que los demás o el mundo, se obstinen en que esto no pueda ser así. Su padre estaba convencido de que no volvería a andar, pero éste se rebeló contra tal pensamiento, aprendiendo a correr antes que a caminar, y presumiendo de hacerlo más rápido que los demás. Las cualidades a las que hemos aludido en el comienzo, sumadas a sus elegantes y aprendidos modales, hacen que su cojera quede aparentemente disimulada, confundiéndose con una peculiar manera de andar. La burla de los demás se convertiría en su mayor afán de superación.

Por hoy, lo dejamos aquí. Veamos algunos de sus poemas:


Acuérdate de mí

Llora en silencio mi alma solitaria,
excepto cuando está mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza
de mutuo suspirar y mutuo amor.

Es la llama de mi alma cual lumbrera,
que brilla en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna...
ni la muerte la puede aniquilar.

¡Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba
no pases, no, sin darme una oración;
para mi alma no habrá mayor tortura
que el saber que olvidaste mi dolor.

Oye mi última voz. No es un delito
rogar por los que fueron. Yo jamás
te pedí nada: al expirar te exijo
que vengas a mi tumba a sollozar.
(Versión de Enrique Álvarez Bonilla)




♠ ♠ ♠




La partida

¡Todo acabó! La vela temblorosa
se despliega a la brisa del mar,
y yo dejo esta playa cariñosa
en donde queda la mujer hermosa,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.
Si pudiera ser hoy lo que antes era,
y mi frente abatida reclinar
en ese seno que por mí latiera,
quizá no abandonara esta ribera
y a la sola mujer que puedo amar.

Yo no he visto hace tiempo aquellos ojos
que fueron mi contento y mi pesar;
loa amo, a pesar de sus enojos,
pero abandono Albión, tierra de abrojos,
y a la sola mujer que puedo amar.
Y rompiendo las olas de los mares,
a tierra extraña, patria iré a buscar;
mas no hallaré consuelo a mis pesares,
y pensaré desde extranjeros lares
en la sola mujer que puedo amar.

Como una viuda tórtola doliente
mi corazón abandonado está,
porque en medio de la turba indiferente
jamás encuentro la mirada ardiente
de la sola mujer que puedo amar.
Jamás el infeliz halla consuelo
ausente del amor y la amistad,
y yo, proscrito en extranjero suelo,
remedio no hallaré para mi duelo
lejos de la mujer que puedo amar.
Mujeres más hermosas he encontrado,
mas no han hecho mi seno palpitar,
que el corazón ya estaba consagrado
a la fe de otro objeto idolatrado,
a la sola mujer que puedo amar.
Adiós, en fin. Oculto en mi retiro,
en el ausente nadie ha de pensar;
ni un solo recuerdo, ni un suspiro
me dará la mujer por quien deliro,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Comparando el pasado y el presente,
el corazón se rompe de pesar,
pero yo sufro con serena  frente
y mi pecho palpita eternamente
por la sola mujer que puedo amar.
Su nombre es un secreto de mi vida
que el mundo para siempre ignorará,
y la causa fatal de mi partida
la sabrá sólo la mujer querida,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

¡Adiós!..Quisiera verla... mas me acuerdo
que todo para siempre va a acabar;
la patria y el amor, todo lo pierdo...
pero llevo el dulcísimo recuerdo
de la sola mujer que puedo amar.
¡Todo acabó! La vela temblorosa
se despliega a la brisa del mar,
y yo dejo esta playa cariñosa
en donde queda la mujer hermosa,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

(Versión de Ismael Enrique Arciniegas)


♠ ♠ ♠


 Camina bella, como la noche...


Camina bella, como la noche
de climas despejados y de cielos estrellados,
y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz
resplandece en su aspecto y en sus ojos,
enriquecida así por esa tierna luz
que el cielo niega al vulgar día.

Una sombra de más, un rayo de menos,
hubieran mermado la gracia inefable
que se agita en cada trenza suya de negro brillo,
o ilumina suavemente su rostro,
donde dulces pensamientos expresan
cuán pura, cuán adorable es su morada.

Y en esa mejilla, y sobre esa frente,
son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez elocuentes,
las sonrisas que vencen, los matices que iluminan
y hablan de días vividos con felicidad.
Una mente en paz con todo,
¡un corazón con inocente amor!