Pasan los años, los días, las
horas, pero siguen en la memoria los momentos; sobre todo los felices, y los
que la mente pone en primer lugar cuando te da por recordar aquellos instantes
por los que merece la pena vivir y seguir adelante.
Y esos instantes guardan un lugar
especial, mágico, y se quedan detenidos en algún lugar que no se borra, y al
que puedes acudir cuando quieres.
Son momentos sencillos. No
necesitan ser de otra manera.
Y miras atrás, y simplemente
sonríes. Porque hacía falta poco para pasárnoslo como nadie, y hace falta poco
para recordarlo. Y solamente esa rubita explosiva, conseguía con su simpatía
hacer que un coche de policías nos acercara a una discoteca, cuando aún no
teníamos medios para desplazarnos a ningún sitio. Y sólo ella era capaz de
hacer que una noche de diario se convirtiese una de las noches más divertidas
de nuestra vida. Y sólo ella hizo que un agosto, de no sé ya qué año, pero que
da lo mismo, fuese uno de los meses más divertidos de mi vida, en el que
recuerdo los días a solas con mi abuela, y las largas noches con ella, que
nunca se acababan. Que nunca cansaban.
Momentos. Noches de Santiaguito,
insuperables. Alguien que se cae, mientras baila la canción del verano de
“Aguila Amstel”, y a nosotras se nos caen las carcajadas. Y alguien se ríe
mientras ve a su amiga montada en una moto, mientras va tirando la ropa por la
carretera principal del pueblo, y un camión pasa por encima de su camiseta
preferida. Momentos, en los que un pueblo perdido nos deja la pista para nosotras
solas, un lunes cualquiera en el que el resto del mundo duerme.
Tú y yo nos entendemos.
Porque me encanta la gente con la
que me divierto, y con la que no me hace falta esfuerzo para reír a carcajadas.
Porque me encantan las personas, que
siguen siendo ellas, aunque haya pasado tanto tiempo, tantas cosas, tanta vida.
Porque para mi eres la misma. Y porque
te sigo queriendo igual que hace quince años.
Felicidades, amiga.
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