Gibran , desde joven, se sintió influenciado por la noción
romántica del poeta como un donante desinteresado. Más tarde, reconsidera dicha
noción, aplicándola a la religión.
Creía firmemente que cada persona debería dar lo que más
ama, es decir, darse a sí mismo, y que todo en la vida debería, tanto
ofrecerse, como recibirse, como un regalo. Incidía en la idea de que ninguno de
nosotros, ya sea como donantes o como destinatarios, podemos poseer nada, ni
objetos materiales, ni personas. En la antología ilustrada de Ayman a.
El-Desouky, se pone el ejemplo de cómo compartía dichos valores con Mary
Haskell, a la que acudía cuando tenía dificultades financieras. Mary,
procedente de una acomodada familia,
había heredado la riqueza, el fuerte carácter, y el sentido de la justicia de su padre. El
29 de noviembre de 1913, ésta le escribió a Gibran:
“Las cosas nos vienen de Dios, no de las personas, pero sólo
a través de las personas, de lo que se encuentra en ellas, que va más allá de
su limitada humanidad, de vuestro dios personal, a través de su limitado yo
humano”
Terminan el comentario de este apartado en la antología,
diciendo que el tema del dar y recibir es uno de los motivos centrales no sólo
de la obra del escritor, sino de su vida y sus relaciones, y encuentra su
expresión más completa hacia el final de su vida.
SOBRE EL DAR
Entonces, un hombre rico dijo:
“Háblanos del dar”. Y él contestó: “Dais, pero muy poco cuando dais vuestros
bienes. Es cuando dais algo de vosotros mismos que realmente dais.
Pero ¿qué son vuestras posesiones
sino cosas que conserváis y guardáis por miedo a que pudierais necesitarlas
mañana?
Y mañana, ¿qué traerá el mañana
al perro demasiado previsor que entierra huesos en la arena sin huellas
mientras sigue a los peregrinos hacia la ciudad santa?
¿Y qué es el miedo a la necesidad
sino la necesidad misma?
¿No es, en realidad, el terror a
la sed, cuando el manantial esté lleno, la sed verdaderamente insaciable?
“Hay quienes dan poco de lo mucho
que tienen, y lo dan buscando el reconocimiento, de modo que su oculto deseo
hace que sus regalos sean desagradables. Y hay quienes tienen poco y lo dan
todo. Estos son los que creen en la vida y en la recompensa que ésta ofrece, y
su cofre nunca está vacío.
Hay quienes dan con alegría y esa
alegría es su premio. Y hay quienes dan con dolor y ese dolor es su bautismo.
Y hay quienes dan y no conocen el
dolor de dar, ni buscan la alegría, ni dan con la conciencia de la virtud.
Dan como el mirto que despliega
su fragancia en el espacio del hondo valle.
A través de las manos de los que
son así, Dios habla, y desde el fondo de sus ojos sonríe sobre la tierra.
Es bueno dar cuando se ha pedido,
pero es mejor dar sin haber pedido a través de la comprensión.
Y, para la mano abierta, la
búsqueda de aquel que recibirá es un gozo mayor que el dar.
¿Y hay algo que pudierais
ocultar?
Todo lo que tenéis será algún día
dado.
Por lo tanto, dad ahora que el
tiempo de dar puede ser vuestro y no de vuestros herederos.
Con frecuencia decís: “Daría,
pero solo al que lo mereciera”.
Los árboles en vuestro huerto no hablan así, ni los
rebaños en vuestra pradera. Ellos dan para poder vivir, ya que retener es
perecer. Sin duda, todo aquel que merece recibir sus días y noches merece todo
lo demás de vosotros. Y aquel que mereció beber el océano de la vida merece
llenar su copa de vuestro pequeño arroyo.
¿Y cuál sería el mérito mayor que
el de aquel que se encuentra en el valor y en la confianza, no en la caridad
del recibir?
¿Y quienes sois vosotros para que
los hombres os muestren su seno y descubran su orgullo de modo que podáis ver
su valía desnuda y su imperturbable orgullo?
Ved primero que vosotros mismos
merecéis ser un dador y un instrumento del dar.
Porque, en verdad, es la vida la
que da la vida, mientras que vosotros, que os creéis dadores, no sois sino
testigos.
“Y vosotros, los que recibís –y
todos vosotros recibís- no asumáis el peso de la gratitud, no sea que coloquéis
un yugo sobre vosotros mismos y sobre quien os da.
Alzaos, mejor, junto a la persona
que os da sobre sus regalos como sobre unas alas. Porque ser conscientes de
vuestra deuda es dudar de la generosidad de aquel que tiene el corazón libre de
la tierra como madre y a Dios como padre”.
De El profeta, 1923
“