lunes, 11 de febrero de 2013

ARTHUR RIMBAUD








¡Hola de nuevo!

Vamos hoy  con el desgarrador Rimbaud. Su poesía destila crudeza por los cuatro costados. No es de mis autores preferidos, pero también es verdad que ha escrito muchísimo y que algunos de sus poemas son impactantes.


Arthur Rimbaud nació en 1854  en Cherleville, pequeña ciudad de Francia, en el seno de una familia acomodada. Es digno de mencionar que escribió su obra  antes de los 20 años. Después se dedicará únicamente a vivir una vida de aventuras.  
A Rimbaud lo incluimos en la generación de los Poetas Malditos, debido  a una selección de su amante Paul Verlaine.

Su vida no fue fácil. Con apenas seis años, su padre abandonó a la familia, dejándolos con serios problemas económicos. Será, por tanto, su madre, la que se haga cargo de la educación de sus hijos. Una educación extremadamente estricta  en la que no permitía que éstos se relacionaran con nadie.

Buen alumno, a los once años consigue ser uno de los mejores del instituto de su ciudad, y a los catorce consigue casi todos los premios de los exámenes finales.

Será en 1870, cuando comienza la guerra franco-prusiana, cuando Arthur a abandone los estudios. En este verano, además, se escapará  de su hogar por primera vez. Marchará a París y al no tener dinero, permanecerá durante una semana en los calabozos. Será rescatado por Izambard, el que fue su admirado profesor y amigo.

 Será a partir de entonces cuando sus escapadas se hagan  frecuentes y pase de ser un ejemplar estudiante a ser un chico problemático. Sin embargo, será esta época, en la que se desarrolle su gran producción literaria; una vida nada fácil que se recoge claramente en su obra. Será también en este periodo  cuando se ponga en contacto con  la obra de Baudelaire y Verlaine muy interesante la relación que establece con este último. En la siguiente entrada hablaré de ella.
Decir también que a todo esto le sumamos el interés por los estudios sobre ocultismo y tratados iluministas, influyendo todo ello en su obra.

En “Lettres du Voyant” esboza una doctrina poética. Cree que la literatura debe ser la expresión personal, reflejo del entorno que él siente tan desgarradoramente, y no un fin en sí misma.
La literatura para Rimbaud  debe poseer el don profético.
Murió en 1891.

Vimos “El niño yuntero” de Miguel Hernández. Hoy vamos a ver un poema que  habla también de niños. Veremos el distinto tratamiento que dos autores diferentes pueden dar a un mismo tema. En el poema de Miguel podemos ver el recurrente tema de la esclavitud infantil; en éstos veremos la pobreza del alma de dos niños que pierden la insustituible figura de su madre. Os dejo con “El aguinaldo de los huérfanos”: (Las traducciones son muy diferentes entre sí. El vídeo también discrepa):








Habitación en sombra: vagamente
se oyen los murmullos
dulces y tristes de los niños.
Sus cabezas se vencen
abrumadas de sueño
bajo el dosel que tiembla y que se agita…
–Fuera, muertos de frío, los pájaros se apiñan,
y sus plumas se ahuecan bajo el gris de los cielos.
Año Nuevo, envuelto entre la bruma
y arrastrando los pliegues
de su nevada capa,
se sonríe entre lágrimas y canta estremecido…


II

Y mientras tanto, los pequeños
bajo el dosel flotante
hablan bajito, como si de una noche oscura
se tratara, y escuchan, a lo lejos
algo como un murmullo…
Y se estremecen por la clara voz de oro
del timbre matinal que lanza aún más alto
su estribillo metálico
bajo su orbe de cristal.
                                      –El cuarto
está helado y, por el suelo,
esparcidas en torno de las camas
hay vestidos de luto. El cierzo áspero
del invierno, gimiendo
en el umbral, exhala por la casa
su aliento entristecido.

Se nota, en todo esto, que algo falta.
¿No hay una madre para los pequeños,
madre de sonrisa fresca
y triunfante mirada?
La noche, sola y amorosa,
se olvidó de arrancarle a la ceniza
una llama, avivarla,
y arroparles con su edredón de lana
antes de abandonarlos y gritarles: perdón.
¿Acaso no ha previsto el frío matinal
ni trabó bien la entrada contra el cierzo?
El sueño de una madre es una tibia alfombra,
el blando nido en que los niños
agazapados como pájaros entre el ramaje
duermen un sueño de visiones blancas…

Es éste un nido sin calor ni plumas,
en el que los pequeños pasan frío, no duermen
y tienen miedo;
                          un nido
tal vez helado por el amargo cierzo.


III

Ya vuestro corazón lo entiende todo:
ellos no tienen madre.
¡No hay una madre en casa y su padre está lejos!
Una criada vieja se ha ocupado
de los niños. Los pobres
están solos en una estancia helada,
huérfanos de cuatro años solamente,
y he aquí que despierta
en sus mentes un recuerdo alegre…
al igual que un rosario
que al rezar se desgrana:
–¡Qué mañana tan buena, la mañana
del aguinaldo! Cada uno
hubo soñado aquella noche
un sueño extraño con juguetes,
bombones revestidos
de oro, alhajas deslumbrantes;
corretear, bailar
una danza sonora y esconderse
después tras las cortinas y aparecer más tarde.

Despertaban temprano, mas felices,
con la boca hecha agua, frotándose los ojos…
Iban, con brillo en la mirada,
y aún enredados los cabellos
igual que un día festivo
con sus pies diminutos descalzos por el suelo,
a llamar a la puerta de los padres…
¡Entraban! Y después… ¡las felicitaciones,
los besos repetidos, en pijama,
y la alegría sin reservas!


IV

Qué maravilla esas palabras
por tantas veces pronunciadas.
Pero cómo ha cambiado la casa desde entonces:
un fuego crepitaba, vivo, en la chimenea,
e iluminaba todo el viejo cuarto;
y los reflejos rojos de la hoguera
se divertían al contornear
los muebles barnizados…
¡El armario no tenía llaves;
sin llaves, el armario inmenso!
A menudo, observaban
su puerta oscura y ocre…
¡Sin llaves!… ¡Era extraño! Tantas veces
habrían de soñar con los misterios
que habitaban sus flancos de madera,
y creían oír, tras de la cerradura
abierta, un vago ruido,
un lejano susurro…
–Qué vacío está hoy el dormitorio
de los padres. Ningún reflejo rojo
brilla bajo la puerta;
ya no hay padres, ni fuego o llave alguna.
Al irse, ya no hay besos ni sorpresas.
Qué triste será el día de Año Nuevo
para estos niños, mientras de sus ojos
azules, cae, silenciosa,
una lágrima amarga,
y un murmullo se oye: «¿para cuándo
volverá nuestra madre?».


V

Duermen ahora los pequeños
tristemente. Diríais, al mirarlos,
que lloran al dormir, por su penosa
respiración y sus hinchados ojos.
¡Los pequeños tienen un alma tan sensible!
–Sin embargo, el ángel de las cunas
llega a enjugar sus ojos, y desliza
un sueño alegre entre sus pesadillas,
un sueño tan alegre que sus labios
se entreabren, y ríen
                                  (parece que susurran).
–Sueñan cómo, inclinándose en sus brazos
contorneados, con el dulce
gesto del sueño, alzan
la frente, y su mirada
vaga a su alrededor…
Creen estar en un rosado paraíso…
En el lar, rebosante de destellos,
canta el fuego feliz … por la ventana,
a lo lejos, renace un cielo azul,
y la naturaleza se despierta
y se embriaga de luz…
Y la tierra, feliz por revivir,
semidesnuda, tiembla de alegría
por los besos del sol.
En la maltrecha casa todo es tibio y rojizo:
ya la ropa sombría no reviste
el suelo de la estancia
y, en el umbral, el cierzo
ha amainado por fin… ¡Como si un hada
tuviera algo que ver con todo esto!
–Los niños, jubilosos, dan un grito…
Allí, junto a la cama de su madre,
bajo un hermoso rayo color rosa,
sobre la alfombra, algo resplandece…
son medallones plateados, blancos
y negros, cuyo reflejo titilante
es de nácar y jade;
pequeñas orlas negras, diademas
de cristal, con tan sólo tres palabras
cinceladas en oro:
                           a nuestra madre

Y como tema de hoy ha sido bastante extenso, os dejo ya con uno de los poemas que más me gustan, ¡Hasta la semana que viene!





PRIMERA VELADA


Ella estaba tan desnuda…
Grandes árboles indiscretos
tendían al cristal sus ramas
con malicia, cerca, cerca .

Sentada en mi gran silla,
el cuerpo semidesnudo, ella trenzaba las manos.
Sobre el suelo de la estancia,
de gozo se estremecían sus piececitos tan finos.

Miré, color de la cera,
un pequeño rayo montés
mariposeando en su sonrisa
y por encima de su pecho como mosca en un rosal.

Besé sus finos tobillos.
Su risa dulce y brutal
se desgranó en claros gorjeos
alegres y cristalinos.

Los pies bajo la camisa
se escurrieron: ¡Estate quieto!
El primer atrevimiento
fingió castigar su risa.

Palpitantes bajo mis labios,
besé muy suave sus ojos:
ella reclinó su cabeza
delicada: ¡ Ah!, mucho mejor…

Señor, debo decirle algo…
Le arrojé el resto a su pecho
en un beso que le produjo
risas de consentimiento…

Ella estaba tan desnuda…
Grandes árboles indiscretos
tendían al cristal sus ramas
con malicia, cerca, cerca.




No hay comentarios:

Publicar un comentario