lunes, 18 de marzo de 2013

CARLOS MURCIANO (I)





Momento

Salta el botón, y la seda
de la blusa se desliza
sobre tus hombros. Ceniza
es el momento. No queda
ni un pájaro en la alameda
y el poniente ha dicho adiós.
Sueltas tu falda. Los dos
temblamos. Pálido y mudo,
veo nacer tu desnudo
bajo el asombro de Dios.





                                                                         





Donde el poeta termina venciéndose a su amada

La soledad, mi mala consejera,
vuelve otra vez a hablarme en el oído:
Para habitar la bruma o el olvido
basta morirse de cualquier manera.
Lo mismo da morirse en primavera
de una corazonada, que mordido
por los perros del hambre, que aterido
en un invierno pálido y cualquiera.
La verdad es que igual me da sentirme
de silencio la voz, el pie de roca,
yerto para escaparme o evadirme.
Máteme a mí la muerte que me toca.
A mí tanto me da de qué morirme.
Pero es mejor morirme de tu boca.





Vamos con el maravilloso Carlos Murciano González-Arias de Reyna . Nace en Arcos de la Frontera, en   1931.Su carrera es muy amplia; además de cómo poeta, ha destacado como prosista traductor, musicólogo, crítico de arte y crítico literario.
Sus primeras ocupaciones fueron los cargos de perito e intendente mercantil, llegando a dar clases relacionadas con dichos trabajos. En 1930 ya se dedica exclusivamente a su gran pasión: la literatura.
Colabora con numerosos periódicos y revistas, como por ejemplo “Alcaraván” de la que es cofundador junto a su hermano, el también escritor Antonio Murciano, del que hablaremos en otra ocasión. Nombraremos  sus premios y obras en la siguiente entrada.
He tenido el placer de conocer a su hijo, y no hace falta mencionar  mi suerte por tenerlo como compañero. Dicen que “de tal palo, tal astilla”…

Carlos Murciano representa muy bien a nuestra España. Aunque todas las regiones españolas tienen su encanto y las comparaciones son odiosas, no podemos negar la especial magia que tienen las tierras del Sur. Por ello voy a comenzar la entrada de hoy con este precioso poema que el autor dedica a “su” río:









Por estas tierras de mi Andalucía cruza un río

                                                                            "…y yo no me conozco
                                               sino en la prisa de tus ciegas aguas…"
                                                                                                  Octavio Paz


Por estas tierras de mi Andalucía cruza un río.
no es el Guadalquivir, con mirtos y naranjas,
ni el Genil hortelano, ni el Darro oscuro, ni el Guadalete olvidadizo y manso,
ni el Tinto tinto, ni el Guadiaro serrano, ni el Guadalhorce tortolero.

Es un río que arranca de los montes más altos y más hondos,
borbollea en las covachas, susurra en las raíces de los lentiscos,
grita al saltar de piedra en piedra, de mirlo en chamariz,
y cuando se encauza en la ladera, memoria abajo, fiesta en fuga,
se pone a hablar con una voz que no tenía,
con un son que no es posible porque se ampara en el silencio,
pero que resulta verdad y se oye y, si no se acompasa,
es porque definitivamente va cayendo, creciendo en pena y en caudal,
llevándose por delante cuanto deja a su espalda, arrastrando solsticios y cadenas,
adelfas y amuletos, chumberas y avefrías,
pámpanos, ánforas, dorrajos,
alcornocales y monedas, cintas que ataron trenzas o ataron cartas,
cualquier cosa, una piedra, dos salamandras, tres
sueños.

Allá se marcha, con el rebaño de sus aguas ciegas,
ignorándolo todo, es decir, comprendiéndolo todo desde adentro,
desde ayer y los siglos soterrados,
diciendo su canción a quien no va con él porque es él mismo,
río mordiendo las arenas para más ensancharse,
no aferrándose a los cañaverales y a los tojos en pos de lentitudes,
sino tomando impulso en ellos para ganar en prisa y en rumor,
para llegar más pronto a su final inalcanzable,
porque no existe ese final, ni por supuesto es el mar y sus abismos,
sino la hoya del corazón, el boquete en la tierra de la esperanza,
agua -ay, sombra trasteada- que no desemboca.

Allá se marcha, pues, el río éste de mi Andalucía,
quieto en mitad de las marismas donde Huelva se asoma a su milagro,
campaneando en una torre de Sevilla con lágrima y paloma,
subiendo a la alcazaba donde Málaga afila sus fervores,
bajando a algún jardín de Córdoba morena y combativa,
amaneciendo en Cádiz -o en Tartessos- de sales y cuchillos,
despertando la gleba rojeante de la oliva Jaén,
borrando los añiles con que alumbra sus calles Almería,
calando más los pozos -las brujas azaleas- de la oculta Granada.

Lleva en sus manos que no tiemblan,
además de anillo de plata de Argantonio, con un toro encendido,
la luz de una garganta que no ha callado nunca,
que no va a callar nunca aunque la Tierra deje de girar
y se recline, pobre peonza, en una esquina de una plaza
del universo, campo
de la verdad.

La luz ésa que digo
es la luz que portaba -y vale como ejemplo- el viejo don Luis
de Góngora, para abrirse camino entre sus soledades,
o el pulcro don Fernando
de Herrera, para no tropezar con tantas consonantes y ausencias y agonías,
y el menudo y celeste Manuel de Fuego, atlante
lastimado, y Federico por Fuentevaqueros, todavía
sin luto entre las sienes,
y los Machado caminando juntos, y Silverio en la mesa de un café
rompiéndose las cuerdas
que le ataban, y el Torre y don Antonio
Chacón y Manolo el gitano despidiéndose
-caracol sollozante- de los niños remotos de la Cava,
y Joselito y Juan, gallo y tormenta,
y ese lirio espigado de Medina Azahara que se tronchó en Linares,
y Juan Ramón por su Moguer de lumbre,
y Velázquez, prestando su paleta conmovida al indomable Pablo,
y Turina, con la Giralda fiel por pentagrama.

Y esa luz que no cesa, ese vivo relámpago,
esa palabra o signo irrenunciable, esa brizna de sol,
es la que entre las manos del río que no nombro
camina hacia otra luz, lleva a la Andalucía hacia otra luz,
a la que no resulta fácil arribar
después de tantos lustros de abandono,
pero que aguarda desde siempre, inamovible, cierta,
aguarda desde siempre a esta anhelo, a este río,
a esta corriente que la sangre calienta y empuja con su hervor,
para fundirse, plena, como las bocas en el beso,
luz sola y una, cándida llama, tronco
sosteniendo el destino
común.

Por estas tierras de mi Andalucía cruza un río.
Y a sus orillas se acercan a beber las alondras,
los caballos de Vico, los ciervos de Doñana,
los erales de Ronda, los bravíos jilgueros de Abdalajís,
las águilas de Gádor.
Ese río es tan limpio
como la libertad
y yo no me conozco sino en sus aguas rumorosas
en las que las muchachas hunden sus brazos y sus sábanas
antes de tenderse y tenderlas sobre el romero azul,
sobre la flor morada del cantueso,
y ponerse a cantar con voz de trigo,
con voz de mucho tiempo y soledumbre,
la bienaventuranza de unos campos,
unos pueblos antiguos y unas gentes tan nobles
como el pan.
Que llevan una luz sobre sus frentes
con el mismo donaire y el mismo señorío
y la misma sencilla prestancia con que llevan
la copla entre los labios.




Os dejo con un poema que me encanta, un precioso texto recitado por Enrique Gracia. Hasta la semana que viene. Seguiremos en otras ocasiones con Carlos Murciano, sus poemas llegan…y aún me queda por transcribir mi preferido....Feliz semana!!!!!!!!!!!!!!!!




                                            http://youtu.be/6nD0lQ7jTzE

















             

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