“Este libro --suponiendo que sea un libro—data…Comenzó
a publicarse en un diario madrileño en 1926, y el asunto de que trata es
demasiado humano para que no le afecte demasiado el tiempo”
Hoy vamos a ver un poco de “La
rebelión de las masas”, de Ortega y Gasset. Me lo regaló mi tía por mi
cumpleaños, y la verdad es que lo poco que llevo leído me ha parecido muy
interesante (por cierto, me ha encantado la dedicatoria, gracias…)
En el Prólogo para franceses habla de algo que creo que nos ocurre a
todos nosotros: la incapacidad de decir todo lo que queremos decir a través de
la palabra. Sabemos lo difícil que es expresar, casi siempre, lo que sentimos,
lo que pensamos…por ello nos parecen mágicos los poetas: porque son capaces, muchas
veces, de expresar todo de manera que sentimos que lo que se ha dicho es, nada
más y nada menos, que lo que se pretendía decir.
Sin más, transcribo lo que me ha
parecido más interesante de este capítulo:
Lo de menos es que el lenguaje
sirva también para ocultar nuestros pensamientos, para mentir. La mentira sería
imposible si el hablar primario y normal no fuera sincero. La moneda falsa
circula sostenida por la moneda sana. A la postre, el engaño resulta ser un
humilde parásito de la ingenuidad. No; lo más peligroso de aquella definición
es la añadidura optimista con que solemos escucharla. Porque ella misma no nos
asegura que mediante el lenguaje podamos manifestar, con suficiente adecuación, todos nuestros pensamientos. No
se compromete a tanto, pero tampoco nos hace ver francamente la verdad
estricta: que siendo al hombre imposible entenderse con sus semejantes, estando
condenado a radical soledad, se extenúa en esfuerzos por llegar al prójimo. De
estos esfuerzos es el lenguaje quien consigue a veces declarar con mayor
aproximación algunas de las cosas que nos pasan dentro. Nada más. Pero de
ordinario, no usamos estas reservas. Al contrario, cuando el hombre se pone a
hablar lo hace porque cree que va a poder decir cuanto piensa. Pues
bien, esto es lo ilusorio. El lenguaje no da para tanto. Dice, poco más o
menos, una parte de lo que pensamos y pone una valla infranqueable a la
transfusión del resto…Dóciles al prejuicio inveterado de que hablando nos entendemos, decimos y escuchamos tan de
buena fe que acabamos muchas veces por malentendernos mucho más que si, mudos,
procurásemos adivinarnos.
…Por eso yo creo que un libro
sólo es bueno en la medida en que nos trae un diálogo latente, en que sentimos
que el autor sabe imaginar concretamente a su lector y éste percibe como si de
entre las líneas saliese una mano ectoplásmica que palpa su persona, que quiere
acariciarla –o bien muy cortésmente, darle un puñetazo. Se ha abusado de la
palabra y por eso ha caído en desprestigio. Como en tantas otras cosas ha
consistido aquí el abuso en el uso sin precauciones, sin conciencia de la
limitación del instrumento. Desde hace casi dos siglos se ha creído que hablar
era hablar urbi et orbi, es decir, a
todo el mundo y a nadie. Yo detesto esta manera de hablar y sufro cuando no sé
concretamente a quién hablo.
En las notas de este primer
capítulo se dice que los temas habituales de los escritos de Ortega son el
carácter utópico e ilusorio del habla y el lenguaje, la imposibilidad de una
comunicación plena, o la idea de que “el habla se compone todo de silencios”.
Dice también en diferentes de sus obras cosas como: “Hablar es una faena
ilusoria y utópica “ o que “ el lenguaje
es un utensilio tosquísimo que no cumple lo que promete…hablar es casi siempre
no entenderse, intento que es fracaso de sí mismo, utópico afán.”
“Hablar es una faena ilusoria y
utópica, que no se logra nunca suficientemente –esto es, que lo que
ingenuamente nos proponemos cuando hablamos, a saber, comunicar a los prójimos
nuestros pensamientos, no lo conseguimos nunca por completo. Es el sino
inevitable de todo lo verdaderamente humano que el hombre hace, mejor dicho,
que el hombre intenta hacer Porque todo lo propiamente humano que el hombre se
propone es, por esencia, imposible”
“Todo esto es lo que expreso
diciendo una perogrullada, tan grande como fecunda, a saber: que mi vida es
intransferible, que cada cual vive por sí solo –o lo que es igual, que vida es soledad, radical soledad. Y, sin
embargo, o por lo mismo, hay en la vida un afán indecible de compañía, de
sociedad, de convivencia”
“La soledad radical
de la vida humana, el ser del hombre, no consiste, pues, en que no haya
realmente más que él. Todo lo contrario: hay nada menos que el universo con
todo su contenido”
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