No me atrevía a respirar
sin la máscara de oxígeno. Hacía tiempo que el fuego me había consumido el
alma. El alma y las ganas de vivir. Se había apropiado de todo: mi piel, mi
entereza…Y yo luchaba por sobrevivir en ese hostil mundo, del que muchos hablan,
del que pocos deberían opinar.
No me atrevía a pisar
tierra firme. Y sin atreverme, estaba pisándola, por vez primera desde ese
anochecer. El viento me animaba, perdonando mi cobardía, atropellando mi
impotencia.
Me la quité. Al tiempo
que despedía mi rabia. Y ésta voló de la misma manera en que esa noche volaron
las cenizas.
Elena Guillén
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