EL TEMIDO ENEMIGO
La idea de este cuento llegó a mí escuchando un relato de Enrique
Mariscal. Me permití, partir de allí prolongar el cuento transformarlo en otra
historia con otro mensaje y otro sentido. Así como está ahora se lo regalé una
tarde a mi amigo Norbi.
Había una vez, en un reino muy
lejano y perdido, un rey al que le gustaba sentirse poderoso. Su deseo de poder
no se satisfacía sólo con tenerlo, él necesitaba además, que todos lo admiraran
por ser poderoso, así como la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con
verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo
poderoso que era.
Él no tenía espejos mágicos, pero
contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a su alrededor a quienes
preguntarle si él, era el más poderoso del reino.
Invariablemente todos le decían
lo mismo:
-Alteza, eres muy poderoso, pero
tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee: Él, él conoce el futuro.(En
aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores , religiosos y místicos eran llamados,
genéricamente “magos”).
El rey estaba muy celoso del mago
del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generoso,
sino que además, el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que él
existiera y viviera allí. No decían lo mismo del rey. Quizás porque necesitaba
demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y mucho
menos bondadoso.
Un día, cansado de que la gente
le contara lo poderoso y querido que era el mago o motivado por esa mezcla de
celos y temores que genera la envidia, el rey urdió un plan: organizaría una
gran fiesta a la cual invitaría al mago y después la cena, pediría la atención de todos. Llamaría al mago al
centro del salón y delante de los cortesanos, le preguntaría si era cierto que
sabía leer el futuro. El invitado, tendría dos posibilidades: decir que no,
defraudando así la admiración de los demás, o decir que sí, confirmando el
motivo de su fama. El rey estaba seguro de que escogería la segunda
posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago del
reino iba a morir. Éste daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba
cuál. En ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo.
Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: la primera, deshacerse de su
enemigo para siempre; la segunda, demostrar que el mago no había podido
adelantarse al futuro, y que se había equivocado en su predicción. Se acabaría,
en una sola noche. El mago y el mito de sus poderes...
Los preparativos se iniciaron
enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó... Después de la gran cena. El
rey hizo pasar al mago al centro y ante el silencio de todos le preguntó:
- ¿Es cierto que puedes leer el
futuro?
- Un poco – dijo el mago.
- ¿Y puedes leer tu propio
futuro, preguntó el rey?
- Un poco – dijo el mago.
- Entonces quiero que me des una
prueba - dijo el rey -¿Qué día morirás?. ¿Cuál es la fecha de tu muerte?
El mago se sonrió, lo miró a los
ojos y no contestó.
- ¿Qué pasa mago? - dijo el rey
sonriente -¿No lo sabes?... ¿no es cierto que puedes ver el futuro?
- No es eso - dijo el mago - pero
lo que sé, no me animo a decírtelo.
- ¿Cómo que no te animas?- dijo
el rey-... Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta
de que es muy importante para el reino, saber cuando perdemos a sus personajes
más eminentes... Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?
Luego de un tenso silencio, el
mago lo miró y dijo:
- No puedo precisarte la fecha,
pero sé que el mago morirá exactamente un día antes que el rey...
Durante unos instantes, el tiempo
se congeló. Un murmullo corrió por entre los invitados. El rey siempre había
dicho que no creía en los magos ni en las adivinaciones, pero lo cierto es que
no se animó a matar al mago. Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó
en silencio... Los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Se dio cuenta de que
se había equivocado. Su odio había sido el peor consejero.
- Alteza, te has puesto pálido.
¿Qué te sucede? – preguntó el invitado.
- Me siento mal - contestó el
monarca – voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido. Y con un gesto
confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones... El mago era
astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte. ¿Habría leído su
mente? La predicción no podía ser cierta. Pero... ¿Y si lo fuera?... Estaba
aturdido. Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a
su casa. El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:
- Mago, eres famoso en el reino
por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el palacio pues debo
consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales.
- ¡Majestad! Será un gran honor...
– dijo el invitado con una reverencia.
El rey dio órdenes a sus guardias
personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en
el palacio y para que custodiasen su puerta asegurándose de que nada pasara...
Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando
qué pasaría si el mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho
daño accidentalmente durante la noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su
hora. Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su
invitado. Él nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus
decisiones, pero esta vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta...
necesitaba una excusa. Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta
correcta, creativa y justa. El rey, casi sin escuchar la respuesta alabó a su
huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más,
supuestamente, para “consultarle” otro asunto... (Obviamente, el rey sólo
quería asegurarse de que nada le pasara). El mago – que gozaba de la libertad
que sólo conquistan los iluminados –aceptó... Desde entonces todos los días,
por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para
consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente. No pasó
mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su
nuevo asesor eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de las decisiones.
Pasaron los meses y luego los años. Y como siempre... estar cerca del que sabe
vuelve el que no sabe, más sabio. Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo
más y más justo. Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse
poderoso, y seguramente por ello dejó de necesitar demostrar su poder.
Empezó a aprender que la humildad
también podía ser ventajosa empezó a
reinar de una manera más sabia y
bondadosa. Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había
querido antes. El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba
realmente para aprender, para compartir una decisión o simplemente para
charlar, porque el rey y el mago habían llegado a ser excelentes amigos. Un
día, a más de cuatro años de aquella cena, y sin motivo, el rey recordó.
Recordó aquel plan que alguna vez
urdió para matar a este su entonces más odiado enemigo Y sé dio cuenta que no
podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un hipócrita. El rey tomó
coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró le
dijo:
- Hermano, tengo algo que
contarte que me oprime el pecho - Dime – dijo el mago – y alivia tu corazón.
- Aquella noche, cuando te invité
a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu
futuro, planeaba matarte y frente a cualquier cosa que me dijeras, porque
quería que tu muerte inesperada desmitificara para siempre tu fama de adivino.
Te odiaba porque todos te amaban... Estoy tan avergonzado...
- Aquella noche no me animé a
matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos, hermanos, me aterra pensar
lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho.
Hoy he sentido que no puedo
seguir ocultándote mi infamia.
Necesité decirte todo esto para
que tú me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos.
El mago lo miró y le dijo:
- Has tardado mucho tiempo en
poder decírmelo. Pero de todas maneras, me alegra, me alegra que lo hayas
hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía. Cuando
me hiciste la pregunta y bajaste tu mano sobre el puño de tu espada, fue tan
clara tu intención, que no hacía falta adivino para darse cuenta de lo que
pensabas hacer, - el mago sonrió y puso su mano en el hombro del rey. – Como
justo pago a tu sinceridad, debo decirte que yo también te mentí... Te confieso
hoy que inventé esa absurda historia de mi muerte antes de la tuya para darte
una lección. Una lección que recién hoy estás en condiciones de aprender,
quizás la más importante cosa que yo
te haya enseñado nunca.
Vamos por el mundo odiando y
rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos
despreciables, amenazantes o inútiles... y sin embargo, si nos damos tiempo,
terminaremos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas
cosas que en un momento rechazamos. Tu muerte, querido amigo, llegará justo,
justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo
estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca. No hay ninguna razón para
pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se
han ligado, no nuestras muertes. El rey y el mago se abrazaron y festejaron
brindando por la confianza que cada uno sentí en esta relación que habían
sabido construir juntos... Cuenta la leyenda... que misteriosamente... esa
misma noche... el mago... murió durante el sueño. El rey se enteró de la mala
noticia a la mañana siguiente... y se sintió desolado.
No estaba angustiado por la idea
de su propia muerte, había aprendido del mago a desapegarse hasta de su
permanencia en el mundo. Estaba triste, simplemente por la muerte de su amigo.
¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto al mago
justo la noche anterior a su muerte? Tal vez, tal vez de alguna manera
desconocida el mago había hecho que él pudiera decirle esto para quitarle su
fantasía de morirse un día después. Un último acto de amor para librarlo de sus
temores de otros tiempos...
Cuentan que el rey se levantó y
que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su
amigo, el mago. Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del
montículo de tierra, llorando como se llora ante la pérdida de los seres
queridos. Y recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación. Cuenta la
leyenda... que esa misma noche... veinticuatro horas después de la muerte del
mago, el rey murió en su lecho mientras dormía... quizás de casualidad...
quizás de dolor... quizás para confirmar la última enseñanza del maestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario