lunes, 5 de agosto de 2013

LA CURVA DEL DOLOR








 Hay miles de autores, miles de obras, miles de poemas, y sin embargo a veces está llegando el lunes y me pregunto de qué puedo hablar. En ocasiones tengo muy claro que comentaré en la siguiente entrada, y en otras no se me ocurre nada hasta momentos antes. Pero nunca llega el día sin que haya tenido una señal de algo y me inspire para escribir sobre ese algo. Hay gente que no cree en las señales; yo sí lo hago, y suelo acertar; normalmente mis intuiciones me guían más que la razón, aunque a veces me equivoque. He creído en ellas desde que tengo uso de razón, y seguiré creyendo en ellas  hasta que me muera. Son ellas las que siempre me han ayudado a seguir adelante, las que me han dado la energía que a veces me falta y las que me han mostrado que nada es casual en esta vida: ni el sufrimiento, ni la espera, ni el dolor, ni  la amargura. Todo está relacionado, pero creo que no nos damos cuenta hasta que  realmente queremos darnos cuenta. O quizás, no nos damos cuenta en un momento determinado porque ese momento tenemos que vivirlo para después mirar atrás y ver que todo en la vida sirve, y que siempre puede suceder algo que nos haga resurgir.

Estaba ordenando, y encontré algo que guardé hace años, que he vuelto a releer, y que me ha encantado. Es un artículo de la periodista Mariana Jara.
Espero que os guste.


LA CURVA DEL DOLOR


¿Quién sabe dónde se va el amor cuando desaparece? Hubo un tiempo, hace siglos, o así me lo parece, en que no hice planes más allá de una cena, un beso o una canción y entregué sin miedo mi corazón. Sólo que esa vez salió todo mal y terminó en dolor. Aun así, a pesar de todo y de nada, luego de un largo y difícil camino me invadió una sensación de tranquilidad. y aunque sufrí, también resurgí, renací y sobre todo crecí.

Al principio del final, todo fue caos y parecía que el corazón se desgarraba de dolor. Todo por lo que en algún momento aposté, lo perdí. Y llore muchas lágrimas amargas, pero tuve suerte, porque justo en el momento en que creía que me ahogaba en el sufrimiento alguien me sopló al oído una vieja y sabia frase: "Lo que no te mata te fortalece". Y aunque en el fondo de mi piel parecía imposible la redención, el tiempo todo lo pone en su lugar. Así que con esfuerzo y con mucha voluntad, al principio, aparqué el dolor, pero a éste le sobrevino una nueva sensación. Una indolente tristeza, efecto de los sueños rotos, las ilusiones que quedaron pendientes y las palabras que no supieron sobrevivirle al silencio. Entonces, otro duende mágico me señaló el camino y me consoló diciéndome: "a veces nos toca ganar y otras perder, nada es definitivo en esta vida. lo importante no es la duración, sino la intensidad, el atreverse a vivir, a sentir y sobre todo -me recalcó- a entregar amor". Entonces me quedé tranquila por todo lo que había regalado.

Hoy ese oleaje perturbador ha desaparecido de mi corazón y a esa tristeza contenida ha dado paso finalmente a una cómoda y dulce tranquilidad. Fue entonces, durante esa calma, cuando pude guardar las fotos que todavía tenía pegadas en la retina y fue, por primera vez, capaz de preguntarme con verdadera ansiedad cuáles serían las próximas.
 Y aunque me invadió la melancolía, ya no tenía aroma a desesperación, porque entendía el valor de una despedida a tiempo y aunque en una primera mirada pueden parecer tremendamente desgarradoras también resultan reconfortantes al saber que se quedarán pegadas a tu piel como promesa para mejores intentos.

Guardé pensativa el cariño en el baúl de los recuerdos, no sin antes volver a mirar esos ojos que me observaban fijamente desde un papel, pero no encontré la intensidad que antes reflejaban e intenté llamar a esas lágrimas de sal que tantas noches me acompañaron. Sin embargo, aunque algunas se asomaron, ya no tenían ese sabor. Entonces pensé que tal vez me había endurecido demasiado, porque mi corazón ya abría esa cerradura. Busqué largamente la razón del desamor y me di de bruces con la realidad y, por ello, también con la decepción que fue carcomiendo el amor. Y concluí que tal vez el amor no se va a ninguna parte, simplemente se evapora, de forma mágica y extraña, de la misma forma en que nació, etéreo, intangible y juguetón.

Hoy cada día empieza de forma diferente y los momentos pasan suaves y ya no duelen. Ahora empiezo a escuchar nuevas risas y nuevas historias por hacer. Vuelven a surgir estrellas y vuelvo a peinar mi vida con ilusión, no es un camino fácil. Seguro que no, pero es parte de un gran aprendizaje.




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