lunes, 20 de mayo de 2013

FÁBULAS (I)







En primer lugar vamos a ver qué exactamente una fábula. Se trata de  un género narrativo en verso o prosa que tiene un fin didáctico .En el Index motifs, catálogo de motivos de relatos folclóricos de  Antti Aarne y Stith  Thompson, las fábulas aparecen clasificadas como cuentos de animales.

Las fábulas suelen ser breves, protagonizadas por animales personificados, y contienen  una enseñanza o moraleja de carácter instructivo, que suele figurar al final del texto

Este género tiene su origen en las civilizaciones antiguas del Oriente Próximo, pero lo desarrollan aún más los escritores greco-latinos, como Esopo y Fedro. El mejor ejemplo de la literatura española de la Edad Media viene del Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, y en el siglo XVIII y lo cultivaron los escritores Tomás de Iriarte y Félix M. Samaniego.

Las fábulas suelen, a veces, confundirse con otro tipo de textos. Por ejemplo, debe aprenderse a diferenciar entre ésta y la parábola, o con un sermón panerético, pues la intención de este último es recomendar que se siga una conducta ética.

No debe confundirse tampoco con un apólogo, que es mucho más general, y en el que pueden intervenir también personajes, que pueden ser tanto animados como inanimados.
Lo que es cierto es que se trata de un género sujeto a la transmisión oral, que se ha ido manteniendo de generación en generación, y que ello le hace diferenciarse de géneros más mutables como la novela, el relato o el cuento.

No confundamos tampoco la fábula como género literario de la fábula argumental (o argumento), pues esta última es uno de los seis elementos que forman la tragedia según Aristóteles. (Junto a con los caracteres, el canto, la elocución, el pensamiento y el espectáculo) y que viene explicado en su famosa Poética.

¡Os dejo con una fábula muy chula!
Besos, y hasta la semana que viene.

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Érase una vez un granjero que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho malherido.
Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en su corral, pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a comportarse como estos.
Un día, un naturista que pasaba por allí le preguntó al granjero:
¿Por qué este águila, el rey de todas las aves y pájaros permanece encerrado en el corral con los pollos?
El granjero le contestó:
Me lo encontré malherido en el bosque, y como le he dado la misma comida que a mis pollos y le he enseñado a ser como un pollo, no ha aprendido a volar. Se comporta como los pollos y, por tanto, ya no es un águila.




El naturista dijo:
El tuyo me parece un bello gesto, haberle recogido y haberle curado y cuidado. Además le has dado la oportunidad de sobrevivir y le has proporcionado la compañía y el calor de los pollos de tu corral.
Sin embargo, tiene corazón de águila y con toda seguridad, se le puede enseñar a volar. ¿Qué te parece si le ponemos en situación de hacerlo?
No entiendo lo que me dices. Si hubiera querido volar, lo hubiese hecho. Yo no se lo he impedido
Es verdad, tú no se lo has impedido, pero como tú muy bien decías antes, como le enseñaste a comportarse como los pollos, por eso no vuela. ¿Y si le enseñáramos a volar como las águilas?.
¿Por qué insistes tanto? Mira, se comporta como los pollos y ya no es un águila, qué le vamos a hacer. Hay cosas que no se pueden cambiar.
  

 Es verdad qué en estos últimos meses se está comportando como los pollos. Pero tengo la impresión de que te fijas demasiado en sus dificultades para volar. ¿Qué te parece si nos fijamos ahora en su corazón de águila y en sus posibilidades de volar?
Tengo mis dudas, porque ¿qué es lo que cambia si en lugar de pensar en las dificultades, pensamos en las posibilidades?
Me parece una buena pregunta la que me haces. Si pensamos en las dificultades, es más probable que nos conformemos con su comportamiento actual. Pero ¿no crees que si pensamos en las posibilidades de volar esto nos invita a darle oportunidades y a probar si esas posibilidades se hacen efectivas?
Es posible.
¿Qué te parece si probamos?
Probemos
Animado, el naturista al día siguiente sacó al aguilucho del corral, lo cogió suavemente en brazos y lo llevó hasta una loma cercana. Le dijo:
Tu perteneces al cielo, no a la tierra. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo.
Estas palabras persuasivas no convencieron al aguilucho. Estaba confuso y al ver desde la loma a los pollos comiendo, se fue dando saltos a reunirse con ellos. Creyó que había perdido su capacidad de volar y tuvo miedo.
Sin desanimarse, al día siguiente, el naturista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le animó diciendo:
Eres un águila. Abre las alas y vuela. Puedes hacerlo.
El aguilucho tuvo miedo de nuevo de si mismo y de todo lo que le rodeaba. Nunca lo había contemplado desde aquella altura. Temblando, miró al naturista y saltó una vez más hacia el corral.
Muy temprano al día siguiente el naturista llevó al aguilucho a una elevada montaña. Una vez allí le animó diciendo:
Eres un águila, abre las alas y vuela.
El aguilucho miró fijamente los ojos del naturista. Éste impresionado por aquella mirada, le dijo en voz baja y suavemente:
No me sorprende que tengas miedo. Es normal que lo tengas. Pero ya veras como vale la pena intentarlo. Podrás recorrer distancias enormes, jugar con el viento y conocer otros corazones de águila. Además estos días pasados, cuando saltabas pudiste comprobar qué fuerza tienen tus alas. El aguilucho miró alrededor, abajo hacia el corral, y arriba, hacia el cielo. Entonces, el naturista lo levantó hacia el sol y lo acarició suavemente el aguilucho abrió lentamente las alas y finalmente con un grito triunfante, voló alejándose en el cielo. Había recuperado por fin sus posibilidades.







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